La Navidad fue especialmente feliz para los Johnson en 2024. Nuestras cuatro hijas pudieron reunirse bajo el mismo techo, algo que no hemos podido hacer en 4 años. Tener a nuestra prole ahora dispersas en cuatro códigos postales y tres diferentes zonas horarias ha dificultado las reuniones familiares. Además, mi hermana y su familia, que viven en México, también estuvieron aquí. No la pasamos de toda maravilla, en una casa llena y ruidosa. Pasar estos días especiales con nuestros hijos adultos, nietos, una de mis hermanas y su familia, así como con familiares que viven cerca, me recuerda la importancia de las relaciones familiares y las conexiones familiares en nuestra jornada en la Fe. El simple hecho de estar juntos ayuda a construir lazos de unidad de maneras que solo pueden hacerse cuando estamos físicamente presentes el uno con el otro. Las conversaciones cara a cara sobre la fe y nuestros intentos de vivirla ayudan a edificar a los miembros de una familia. La gentil presencia y el testimonio de los miembros de la familia que aman a Jesús y hacen todo lo posible por ser fieles a El, es muy alentador. Pasar unos días con mi hermana Elsa, por ejemplo, a quien no veo muy a menudo, me ayudó a recordar nuestro camino de fe compartido y su papel en el mío. Si bien, mientras ambas tuvimos nuestras excursiones juveniles y exploraciones en diferentes religiones, llegamos a la conclusión de que no podemos tener una experiencia más completa del cristianismo aparte de la Barca de San Pedro. Esto no quiere decir que los cristianos de otras tradiciones no experimenten la intimidad con Jesús a su manera, pero no hay nada como descansar en el conocimiento que la Iglesia Católica, aunque no es perfecta, contiene dentro de sí el pedigrí histórico, e incluso las heridas, de nuestro Señor mismo. La Iglesia Católica no es hermosa porque está compuesta de personas perfectas, es hermosa porque está llena de personas imperfectas, heridas y pecadoras y, sin embargo, Jesús permanece en ella. La importancia de la influencia familiar y de los hermanos se puede ver en las historias de nuestros santos favoritos. La semana pasada, la Iglesia recordó a San Basilio el Grande, que viene de una familia muy santa en el siglo IV. Según un artículo histórico, Basilio tiene mártires cristianos en su árbol genealógico. No es de extrañar entonces que los padres de Basilio, San Basilio el Mayor y Santa Emmelia, también criaran a Santa Macrina (hermana mayor), San Gregorio de Nisa, San Pedro de Sebaste y San Naucracio (hermanos menores). Me encantaría haber sido una mosca en la pared durante esas conversaciones familiares. Los santos Cirilo y Metodio también fueron hermanos que se agudizaron mutuamente en la fe. A diferencia de Basilio y Gregorio de Nisa, cuyas fiestas caen en días diferentes (2 de enero y 10 de enero), nosotros celebraremos la fiesta de los hermanos Cirilo y Metodio el 14 de febrero. Este par es conocido por su trabajo misionero, difundiendo el Evangelio de Jesucristo en Europa del Este en el siglo IX. Los Santos Benito y Escolástica son un poderoso par de hermanos gemelos, que juntos transformaron la vida monástica en la Italia del siglo VI. Benito fue el primero en dejar su hogar para vivir como ermitaño y estableció lo que se convertiría en el monasterio de Montecassino. Escolástica siguió su ejemplo, estableciendo una comunidad de mujeres religiosas, considerada la primera orden de hermanas Benedictinas cerca del monasterio de su hermano. La lista continua a crecer. En el 2015, los padres de Santa Teresita de Lisieux, San Luis y Zelie Martín fueron canonizados juntos y en 2020. Se ha abierto una causa de santidad para los padres de San Juan Pablo II, Karol y Emilia Wojtyła. Claramente, el importante papel de los padres en guiar a sus hijos hacia la santidad está bien documentada. La historia de la Iglesia está llena de relatos maravillosos de matrimonios, familias y hermanos, apasionados por su fe y dedicados a nuestro Señor. Así como Dios obró a través del matrimonio y la familia para traer al mundo hombres y mujeres santos en aquel entonces, Él continúa trabajando hoy para santificar a los matrimonios y los hijos ahora. En nuestro mundo duro, secularizado y pagano, es difícil imaginarnos a nosotros mismos como santos. Parece una meta inalcanzable. Sin embargo, es más difícil imaginar la alternativa. La Fe que profesamos como católicos es la misma que la de nuestros antepasados, es la misma fe que llevo a los Santos a las alturas. La diferencia entre nosotros y ellos es la forma en que elegimos vivir. La Fe en sí, es la misma de los Santos que celebramos en la Letanía. El veinte-veinticinco (2025) puede ser el año que elegimos para decir: "Quiero ser bueno, quiero seguir a Jesús, quiero ser un santo", y comenzar a actuar como tal. Podemos empezar por ser buenos con nuestros cónyuges, nuestros hijos y nuestros amigos. Como alguien dijo una vez, seguir a Jesús no se trata del pasado y los errores que hemos cometido, sino del futuro y el bien de quien somos capaces. Seamos santos juntos. ¡Nuestra Iglesia nos ha proporcionado muchos modelos a seguir!