Soy un perdedor. No me malinterpreten, creo que tengo un sentido bastante saludable de autoestima, eso no es lo que quiero decir. Al prepararme para comenzar los ejercicios penitenciales de la Cuaresma este año (Orar, Ayunar y La limosna), tengo la conciencia incómoda porque regularmente fracaso en esto y tengo ciertas dificultades para superar ciertos pecados. Amigos míos, el pecado nos hace a todos perdedores. Cuando consideramos la posibilidad de perder el Cielo, diría que nuestro apego irracional al pecado nos convierte en LOS MÁS GRANDES PERDEDORES.
Realmente aprecio la temporada de la Cuaresma. La iglesia nos hace esta invitación anual a mirar hacia adentro, lamentar el Paraíso que perdimos, reflexionar sobre las medidas drásticas que Dios toma para redimirnos y comprometernos de nuevo con aquellas acciones necesarias para estar bien con Dios.
Conviértete y Cree en el Evangelio
El otro día, mientras iba en mi trayecto diario a mi trabajo en la parroquia, escuché un anuncio en la radio. En el anuncio, una empresa de plomería/aire acondicionado/mecánica declaraba con orgullo su lema: “Si lo crees, lo vivirás”. Era como si nuestro Señor me estuviera hablando. ¿Por qué batallo tanto para vivir lo que creo? ¿Realmente creo? ¡Señor, ayuda mi incredulidad!
Siempre me ha resultado interesante que el Miércoles de Ceniza, cuando nos acercamos a un ministro, nos dice: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Eso implica que una acción (cambia tu manera de vivir) precede a la creencia (Dios me ama). El conocimiento hace la diferencia, pero las consecuencias del pecado se manifiestan ya tengamos el conocimiento de que nuestras acciones están mal o no. Estas dos cosas: acción y creencia van de la mano. Es fácil decir, por ejemplo: Creo en la santidad del matrimonio. Es difícil vivir como santos en el matrimonio.
Vigas de madera, astillas y frutos
Es difícil imaginar a Jesús disgustado con alguien, pero este fin de semana escuchamos la increíble parábola en Lucas 6:39-45, en la que Jesús habla sobre la importancia de ser auténtico. Las personas que fingían ser algo que no son, como los fariseos, claramente irritaban a Jesús. Sin embargo, la parábola que escuchamos este fin de semana no está dirigida a los fariseos, sino a sus discípulos.
“¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, déjame sacar la astilla que está en tu ojo,’ cuando no te das cuenta de la viga de madera que está en tu propio ojo? Saca primero la viga de madera de tu ojo; entonces verás claramente para sacar la astilla del ojo de tu hermano”. Por si no quedaba suficientemente claro, Jesús sigue explicándolo de otra manera... “Todo árbol se conoce por su fruto,” traducción... toda persona es conocida por sus acciones. “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro saca lo malo.”
Regresemos a lo Básico Esta Cuaresma
Una joven autora llamada Steffanie Aquila, de "Festive Faith", estuvo recientemente en la parroquia donde trabajo dando una presentación sobre la vida litúrgica. Cuando llegó al tema de la Cuaresma y la práctica común de renunciar o dejar algo, propuso algo un poco controversial. Dijo: “renuncia a uno de los pecados que llevas frecuentemente a la confesión.” Cuando dejamos algo se supone que se trata de abandonar algo que nos gusta, no algo pecaminoso que siempre debemos renunciar. Pero tal vez esté en lo cierto. ¡Esos pecados que confesamos frecuentemente son cosas malas que nos gustan! ¿Por qué otra razón los haríamos? Así que quizás la idea tenga algo de mérito.
Así que enfoquémonos en cosas básicas esta Cuaresma. Oremos: asistan a la Santa Misa con la mayor frecuencia posible y vayan a confesión. Ayunemos: coman alimentos simples, 2 comidas pequeñas. Demos limosnas: den generosamente a la Iglesia y a otras buenas causas.
Hagamos que nuestras acciones reflejen lo que creemos. Aunque podamos reconocer que somos perdedores en el sentido de que perdimos nuestra unidad original con Dios, y somos perdedores en el sentido que constantemente arriesgamos la separación eterna de Él por nuestras acciones, todavía somos hijos de Dios y somos amados. ¿Qué más podemos hacer sino amarlo de vuelta a Él?